Hay momentos en que el cuerpo pide algo con tanta claridad, que cuesta ignorarlo. La necesidad repentina de comer algo dulce, salado, crujiente o algún sabor intenso. A veces, el antojo aparece sin razón aparente. O eso parece.

 

Muchas veces, es una forma en que el cuerpo y la mente intentan expresar algo que no siempre sabemos cómo escuchar. Una señal que vale la pena observar con más calma. Puede ser que el cuerpo esté pidiendo energía o un poco de contención o una pausa disfrazada de snack. Lo cierto es que detrás de cada antojo hay un mensaje y escucharlo puede ayudar a cambiar la forma en que te alimentas.

 

Escuchar el antojo sin pelear con él

 

Sentir antojos es completamente natural. El cuerpo está diseñado para pedir lo que necesita. Lo importante es aprender a leer desde dónde vienen. Estos pueden estar relacionados con:

  • Bajos niveles de energía

  • Cambios hormonales

  • Cansancio acumulado

  • Estrés o ansiedad

  • Emociones que buscan alivio.

 

Muchas veces, también pueden responder a un hábito: si cada noche terminas el día con algo dulce, es probable que tu cuerpo y mente lo esperen, aunque no lo necesites realmente.

Ese segundo que lo cambia todo


Cuando aparece un antojo, la clave no es resistirse, sino preguntarte: ¿Qué me está pidiendo realmente el cuerpo? ¿Más energía, un momento de calma, tiempo para mí?


Ese instante entre el antojo y lo que eliges es donde empieza el verdadero cuidado. Porque al entregarte lo que verdaderamente necesitas, estás practicando un cuidado genuino, no una exigencia. Esto no significa que no puedas disfrutar de lo que se te antoja, al contrario. Significa que puedes elegir desde un lugar más conectado contigo y que aprender a distinguirlo no es un talento, es una práctica. Hay veces, que elegir lo que se te antoja será la mejor decisión u otras, que podrás reemplazarlo por una alternativa más saludable.


Lo importante es saber que no hay respuestas únicas ni reglas rígidas. Hay momentos, 
hay matices y hay muchas formas de acompañarte mejor.